De Política y Cosas Peores
Ciudad de México.- Doña Macalota, la esposa de don Chinguetas, llegó inesperadamente a su casa y sorprendió a su liviano cónyuge en situación comprometida con la vecina del 14. Les preguntó, furiosa: «¿Qué es esto?». Don Chinguetas le dijo a su querindonga: «¿Lo ves? Te digo que no sabe nada». El agente de seguros le sugirió al joven recién casado: «Ahora que se casó debería usted tomar un seguro de vida». Respondió el muchacho: «No creo que mi mujer sea tan peligrosa». Doña Gules, dama de la alta sociedad, se jactó ante sus amigas en el Club Silvestre: «Mi marido juega muy bien al tenis y hace estupendamente el amor». Acotó una: «Lo primero no es cierto». La maestra les pidió a los niños. «Díganme palabras que terminen en -ollo». Juanilín propuso: «Rollo». Rosilita mencionó: «Repollo». Pepito dijo: «Espalda». Yo no le deseo mal a nadie. Esa frase se dice antes de desearle mal a alguien. Yo no le deseo ningún mal a Trump. Pienso, sí, que debe ir a la cárcel. La merece. Si en verdad hay justicia en el país de Washington, Jefferson y Lincoln (y de Miss Loila Highump, vecina de Poughkeepsie, Nueva York), ese individuo debe pasar un buen tiempo tras las rejas, pues independientemente de sus presuntos delitos fiscales -que son lo de menos.- ha lesionado en forma grave los valores de libertad y democracia, cimiento de la vida nacional en los Estados Unidos. Está comprobado que sustrajo documentos oficiales de importancia para llevarlos a su casa. Está comprobadísimo que incitó a la turba que asaltó el Capitolio. Ni el dinero ni la política deben poner a Trump por encima de las leyes de su país. Es inconcebible que un individuo de su calaña aspire de nueva cuenta a la Presidencia. Por el bien de los Estados Unidos, y del mundo, los mismos republicanos deben frenar a este mal hombre convertido ahora en delincuente. Los parroquianos del Bar Ahúnda se sorprendieron al ver entrar a una mujer completamente desnuda. Se sentó ante la barra, pidió un whisky y lo apuró de un solo trago. Nadie le quitaba los ojos de encima. «¿Qué? -preguntó con enojo la recién llegada-. ¿Nunca han visto una mujer desnuda?». Uno de los presentes respondió por todos: «Estamos esperando a ver de dónde va a sacar el dinero para pagar la copa». Al comenzar la noche nupcial la desposada le dijo a su flamante maridito: «La boda le costó más de un millón de pesos a mi padre. Tendrás que esforzarte mucho para justificar el gasto». Comentó cierto señor: «Soy pacifista. Por eso no hice el servicio militar. Por eso no veo películas de guerra. Por eso no me casé». El ciempiés le pidió a la hembrita: «Abre las patitas, corazón». Respondió ella: «No y cien veces no». El marido le preguntó, solemne, a su señora: «Cuando me vaya de este mundo ¿me llorarás?». Contestó la mujer: «Claro que sí. Ya sabes que por cualquier tontería suelto el grito». Libidio fue a una casa de mala nota. Le pagó por adelantado sus servicios a la mujer con la que se refociló. Libidio era un amante supereminente, poseedor de exóticas habilidades y destrezas. Tan satisfecha quedó la daifa que le dijo: «Hagámoslo otra vez. Ésta no te la cobraré». En este segundo acto Libidio se superó a sí mismo, de modo que la mujer quedó más complacida aún que en la ocasión primera. Le dijo al gran amador: «Quiero que lo hagamos de nuevo. Ésta vez yo seré la que te pague a ti». Libidiano se dispuso a cumplir el deseo de la mujer, pero he aquí que ya no pudo funcionar. Mohíno y enojado se dirigió a la correspondiente parte. «Qué bonito, ¿verdad? -la reprendió-. Para hacerme gastar y para divertirte gratis estás lista, pero cuando se trata de que yo me gane unas lanita entonces no cuento contigo». FIN.