DE POLITICA Y COSAS PEORES

 

CIUDAD DE MÉXICO.-“Seré tuya, pero con una condición”. Eso le dijo la hermosa Loretela a Libidiano, galán concupiscente. Preguntó él: “¿Cuál es la condición?”. Replicó la linda chica: “Lo haremos de pie sobre una hamaca, con una venda en los ojos y atados de manos y de pies con sendas cuerdas”. El tal Libidiano se quedó estupefacto al escuchar tan peregrinas cláusulas. Interrogó: “¿Por qué quieres que lo hagamos así?”. Explicó Loretela: “Porque no quiero que vayas a pensar que soy una mujer fácil”. Doña Panoplia le preguntó al guardia del zoológico: “El rinoceronte ¿es macho o hembra?”. “Señora -respondió el tipo-, para saber eso tendríamos que ponerle al lado otro rinoceronte”. Chalina, amiga del chismorreo, le contó a Cotilla, igualmente dada a murmurar: “Doña Macalota y su esposo don Chinguetas son inseparables”. “¿De veras?” -se admiró Cotilla. “Sí -confirmó Chalina-. Anoche se necesitaron cuatro policías para separarlos”. La joven Hotilia era de temperamento ardiente. Fue con su novio al solitario sitio llamado El Ensalivadero, al cual acuden las parejitas en plan húmedo. Apenas Clotaldo -así se llama el galán- apagó el motor del coche Hotilia se precipitó sobre él y lo llenó de ardentísimos besos de los conocidos como “franceses”, eróticos ósculos en los cuales no sólo participan los labios, sino también la lengua, los dientes, el paladar y a veces, en ocasiones particularmente apasionadas, hasta la úvula, que así se nombra lo que en lenguaje coloquial llamamos campanilla o galillo. Clotaldo, tomado por sorpresa, le pidió a su dulcinea: “Espera un poco, Hoti”. “¿A qué?” -preguntó ella respirando con agitación y sin dejar de besarlo. Apuradamente respondió Cloraldo: “A que me quite el cigarro de la boca”. Desde niño tuve el valioso privilegio de ver el mundo desde dos distintos ángulos. Mi padre, de tez blanca, era católico ultraconservador. Mi madre, morena, tenía raíces liberales y quizás hasta un poco jacobinas. Yo salí a papá y mamá. En mí lo Cortés no ha quitado nunca lo Cuauhtémoc, como dicen, ni a la inversa. Sucede que por mis venas corre sangre española y tlaxcalteca. Amo y venero por igual las dos herencias, pues negar cualquiera de ellas sería mutilarme a mí mismo, amputar una de mis dos mitades. Eso, a más de imposible, implicaría traicionar mi propio ser. Malo sería que alguien dijera de mí: “No tiene madre”, e igualmente malo que otro comentara: “No sabe quién es su padre”. Padre y madre tuve, de tez clara el uno, de faz morena la otra, y ancestros europeos y aborígenes. Mestizo soy, entonces, lo cual equivale a decir que soy mexicano. Por eso, por las dos visiones que de mi mundo tengo, me irritó profundamente que quitaran del Paseo de la Reforma la estatua de Colón, y también por eso me gustó mucho el proyecto del monumento a la mujer indígena que se colocará en su lugar. Vi la imagen presentada por el escultor Pedro Reyes y me pareció sumamente bella, merecedora de estar en un sitio tan importante como esa avenida, uno de los corazones -tiene muchos- de la Ciudad de México. Por desgracia -lo cual no es culpa del artista-, sumada esa efigie a la de Cuauhtémoc parecerá sugerir que los mexicanos provenimos de una sola raíz, la aborigen. Eso, a más de ser falsedad, es maniqueísmo. Cuando la Historia se politiza deja de ser Historia y se convierte en propaganda ideológica con tufo fascistoide y totalitarista. En ese trance nos hallamos. Lo que sigue es quitar de su pedestal la estatua de Carlos IV, llamada “El Caballito”, y fundirla para hacer la efigie de Chimalpopoca nacionalistamente acompañado por un perro xoloizcuintle. FIN.

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