El trágico final de Tattoo

 

España.- Apareció en Televisión Española una noche de marzo de 1988. Javier Gurruchaga parodiaba a la periodista Victoria Prego y él a Felipe González, pero hablando en francés, sin subtítulos y con un cohiba en la boca. Sobre el escritorio, una fotografía de Alfonso Guerra y otra de Margaret Thatcher. El programa se llamaba Viaje con nosotros y aquel disparate, posiblemente la primera caricatura política que se emitía en la tele de nuestro país, generó tanto ruido que unos días después de su emisión, el entonces presidente del Gobierno quiso zanjar cualquier asomo de polémica con una carta que aún hoy conserva Gurruchaga: “Bien lo de la Prego y estupendo lo del enano”.

La prensa española se preguntaba hace 30 años quién era aquel “personaje impensado” clavado a Felipe. Aquel enano que, según Gurruchaga, “no era el doble sino el tercio del presidente”. Su nombre real era Hervé Villechaize, había nacido en París, medía 116 centímetros y cuando se sentó en TVE con los pies colgando en un trono de terciopelo rojo, ya era un juguete roto de una industria (la del espectáculo) que le convirtió en el enano más famoso del mundo para después esconderlo en un cajón. La tarde del 4 de septiembre de 1993, Hervé se pegó un tiro en la cabeza en su casa de Hollywood. Dejó una grabación para su mujer que decía: “Sabes que me haces sentir como un gigante y así es como quiero que me recuerdes”. Tenía 50 años.

HBO estrenó el fin de semana pasado Mi cena con Hervé, una película protagonizada por Peter Dinklage, archiconocido por su interpretación del enano Tyrion Lannister en Juego de Tronos, y escrita y dirigida por Sacha Gervasi, el último periodista que habló con el actor francés, días antes de su muerte. Aquella entrevista se interpretó como su carta de suicidio y el proyecto de la película estuvo paralizado durante años, hasta que la fama de Dinklage le permitió convencer a la cadena para producirlo.

El filme relata cómo, después de lo que parecía una entrevista convencional en el Café Bigote de Los Ángeles, Hervé Villechaize casi secuestró al periodista para confesarle su verdadera historia durante varias noches de sexo, alcohol, armas y limusinas. “Ya has escuchado todas las historias de mierda sobre mí. ¿Quieres escuchar la verdadera?”, le dijo el actor armado con el cuchillo con el que despiezaba su comida en raciones diminutas. Y así, lo que iba a ser un reportaje de apenas 500 palabras se convirtió en 15 horas de grabación y el relato de una fascinante tragedia.

Hervé había nacido en 1943 con la cabeza de un anciano pero el cuerpo de un niño, con unos pulmones tan pequeños que apenas podía respirar. “Tenía la voz de un barítono que había inhalado helio”, recordaba Gervasi. Su madre, que se puso de parto durante un bombardeo de la Segunda Guerra Mundial, culpó a Hitler de los problemas de salud del pequeño y su padre, que era un eminente cirujano, llevó la obsesión por curar a su hijo hasta casi la tortura. Hervé se refugió en la pintura y llegó a ser el artista más joven en exponer en el Museo de París.

Con 21 años emigró a Estados Unidos, la tierra de los freaks y el único lugar en el que se sintió grande, con la única obsesión de triunfar. Aprendió a hablar inglés viendo películas de John Wayne y de Steve McQueen en un hotel de Nueva York y pronto logró un pequeño papel (valga la redundancia) en una peli con Robert de Niro. Fue alternando cameos hasta que en 1974 se convirtió en uno de los malos más recordados de la saga de 007, Nick Nack, el maligno enano con bombín que quería acabar a botellazos con Roger Moore en El hombre de la pistola de oro.

“James Bond me salvó la vida”, decía pese a que después de aquella película estuvo casi cuatro años sin trabajar. En 1977 le llegó la gran oportunidad. Le dieron el papel de Tatoo en la serie de televisión Isla de la Fantasía y su fama se disparó con la misma velocidad con la que su ego se hacía colosal. Mujeriego, alcohólico y vanidoso hasta el extremo de paralizar la producción de Aaron Spelling para exigir el mismo sueldo que los protagonistas de la serie, acabó despedido y encaminado a la devastación. Dicen que se construyó la piscina más grande de todo Hollywood, que iba siempre armado por miedo a que le agredieran por la calle y que presumía ante casi cualquier mujer de las artes amatorias de un “mágico enano francés”. Contaba él mismo que durante el rodaje de 007 se había acostado con 35 mujeres. Según Roger Moore, Villechaize era un “maníaco sexual con una lujuria antinatural”.

Después de Tattoo, Hervé se esfumó. Y sólo se recuerda de él un ridículo anuncio de Dunkin Donuts, versión mini. Cuando llegó a España, Villechaize ya era una caricatura no sólo de Felipe González, también de sí mismo. “Tras la grabación nos fuimos a comer al Palace”, recordaba hace unos años Gurruchaga en Crónica. “Le acompañaba su novia de entonces, quien además era su mánager. Él era muy supersticioso. Llevaba una pistolita en una mariconera, nos la enseñó. Tenía muchas manías”.

Con aquella pistola se mató cinco años después. Dejó escrita una nota que acababa así: “No puedo fallar con una bala, dum dum. ¡Ha! ¡Ha! Nunca nadie supo de mi dolor”.

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