DE POLITICA Y COSAS PEORES……………………………………POR; ARMANDO FUENTES AGUIRRE

 «Está bien -reprendió, exasperado, el hombre a la mujer-. Sigue con esa vida de libertinaje, degeneración y crápula que llevas y que es motivo de vergüenza y deshonra para mí. Sigue pasando las noches fuera de la casa; sigue emborrachándote, y consumiendo drogas; sigue metiéndote con hombres de la más baja ralea. Pero una cosa te voy a exigir: a nadie le digas que eres mi abuelita». Don Prudencio Garza fue comerciante en San Buenaventura. Cada vez que iba yo a ese bello poblado de mi natal Coahuila procuraba visitarlo, pues su amabilidad, don de gentes y agradabilísima conversación me hacían buscar su trato cuantas veces tenía ocasión de disfrutarlo. En una de esas ocasiones me llamó la atención ver en el mostrador de su tienda, junto a las mercancías usuales, un violín. Le pregunté por qué estaba ahí el instrumento. «Lo dejó un músico en consignación» -me dijo. Añadió: «Y el violín está curado». «¿Cómo curado ?» -me desconcerté. «Sí -me explicó-. Ha tocado lo mismo en la iglesia que en el congal». Pues bien: en el congal, en la iglesia, en todas partes puede uno adquirir el contagio del coronavirus. Nadie, rico o pobre, joven o viejo, sabio o ignorante, está exento del peligro de contraer el peligroso mal. Conviene por eso tomar todas las precauciones posibles para librarnos de él, aunque cerca veamos muy malos ejemplos. Contra la letal pandemia no valen estampitas como el «Detente» que ayer mostró López Obrador y que lleva consigo porque «no está por demás», ni sirven los sahumerios de los indígenas, falsos o verdaderos, ni las profusas bendiciones de los pastores evangélicos. A fin de evitar el coronavirus no hay más guardaespaldas que el cuidado de sí mismo. Lo más aconsejable, entre otras medidas sanitarias, es salir de casa lo menos posible y sólo para lo más indispensable; no saludar de mano, y menos aun de abrazo o beso; lavarse las manos o usar con frecuencia gel desinfectante, y no asistir a eventos donde haya concentraciones de personas. Tales precauciones serán causa de trastornos en la vida cotidiana, pero hay ocasiones en que estos sacrificios son absolutamente necesarios. La epidemia pasará -todas han pasado- y las cosas volverán a la normalidad. No nos dejemos poseer por el temor. Cuidémonos, sin embargo, y no cometamos el grave error de pensar: «A mí no me puede tocar el virus». A todos nos puede tocar. Ya conocemos a don Chinguetas: es un marido casquivano. Su esposa doña Macalota llamó muy enojada a la línea aérea. «Qué mal servicio tienen -reclamó-. Mi esposo fue a San Luis Potosí a una reunión con sus antiguos compañeros de colegio, y su equipaje trae etiqueta de Las Vegas». Doña Pasita estuvo a punto de ser arrollada por un camión de carga. Furiosa le gritó al chofer: ¡Cofre!». Un muchacho que estaba ahí la corrigió, sonriendo: «Se dice cafre «. «¡Cafre!» -volvió a gritar doña Pasita. Y volviéndose al muchacho le dijo: «Y tú, por andar corrigiendo a las personas mayores, ve a tiznar a tu madre. ¿Está bien dicho?». Babalucas les contó a sus amigos: «Inventé un automóvil movido por electricidad que no necesita baterías. El problema es que no puede uno alejarse mucho del enchufe». Días antes antes de la boda Uglicia le contó a su novio Braguetino: «Papá está arruinado. Su empresa quebró y los bancos le quitaron todas sus propiedades. De la noche a la mañana se quedó en la calle; ya no tiene ni un centavo». «¡Caramba! -exclamó Braguetino-. ¡No sabía yo que tu padre era capaz de llegar a tal extremo con tal de impedir nuestro matrimonio!». Himenia Camafría, madura célibe, le comentó a su amiguita Solicia: «Me gusta el sexo opuesto». «Puesto ¿dónde?» -se interesó ella. FIN

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