DE POLITICA Y COSAS PEORES……………………………………..POR; ARMANDO FUENTES AGUIRRE

 

Aquel señor compró un perico en la tienda de mascotas. El vendedor le aseguró que el loro hablaba mucho. Falso: pasaron los días y el pajarraco no decía una palabra. «¡Habla!» -le ordenaba una y otra vez el señor. El cotorro seguía mudo. Un día el señor pasó frente al perico y éste le dijo con todas sus letras: «¡Cornudo!». El hombre se sorprendió. «¿Qué me dijiste?». «Cornudo -repitió el loro-. Cuando no estás aquí viene un sujeto y le hace el amor a tu mujer en todas las posiciones descritas por el Kama Sutra y en otras de su propia invención. Ella disfruta mucho. Le dice al individuo Papacito y Cochototas «. Al oír eso el señor se encendió en cólera: «¡Ah, cotorro hablador! -prorrumpió con iracundia-. ¡Te voy a torcer el pescuezo, cabrón!». El perico replicó exasperado: «¿Quién te entiende? Si no hablo te enojas, y si hablo te enojas más». Astatrasio Garrajarra y Empédocles Etílez, borrachos de profesión, acertaron a verse en la estación del tren. «Caminemos sobre los durmientes» -sugirió Astatrasio. El otro se preocupó: «¿No se despertarán?». El médico de la Cruz Roja le preguntó al tipo que había participado en una riña congalera: «¿Usted es el que recibió un navajazo en la trifulca?». «No, doctor -precisó el tipo-. Lo recibí entre la trifulca y el ombligo». El señor licenciado Severiano García, catedrático de Lógica en el Ateneo Fuente de Saltillo, era hombre parsimonioso y circunspecto, muy dado a pruritos del lenguaje. En cierta ocasión abordó un autobús que iba lleno ya de pasajeros, de modo que tuvo que ir de pie. Lo vio una de sus alumnas y le dijo: «Maestro: no tiene usted asiento». «Asiento sí tengo, señorita -contestó don Severiano-. Lo que no tengo es dónde ponerlo». La aclaración del Chato -así se le llamaba con afecto- era correcta. En efecto, en una de sus muchas acepciones la palabra «asiento» sirve para designar a las asentaderas. En otro sentido el vocablo significa estabilidad o permanencia. Pues bien: acertará quien diga que López Obrador no tiene asiento. No se está quieto en Palacio, mirando con calma y sensatez los asuntos nacionales a fin de darles acertada solución. Prefiere andar de un lado a otro, para arriba y para abajo. Eso, claro, dentro del territorio nacional, pues más allá de nuestras fronteras no se siente a gusto, como el aldeano que nunca ha salido de su lugarejo. Político itinerante, en campaña permanente, ha visitado todos los municipios del país, y no es difícil que vuelva a recorrerlos todos, según se ve su andar. Eso lo acerca a la gente, pero lo aleja de la administración, que se ve errática, caótica y anárquica, si me son permitidas las esdrújulas. El Presidente se evitaría muchos tropiezos con un poco más de ponderación y un poco menos de dispersión. Asentar su asiento le serviría bastante. «Los designios del Señor son inescrutables -reconocía don Añilio, señor de edad madura-. Hace que los hombre seamos padres en la juventud. Deberíamos mejor tener los hijos a los 80 años. A esa edad de cualquier modo tenemos que levantarnos tres o cuatro veces en la noche». La vecina de doña Gordoloba le contó: «Mi marido me hace sufrir mucho. En estos meses he bajado nueve kilos». Pidió, ansiosa, doña Gordoloba: «¿Me lo prestas?». Don Chinguetas, el esposo de doña Macalota, regresó de un viaje cuando eran ya las 9 de la noche y se encontró con la novedad de que su mujer no se hallaba en la casa. Le preguntó a la criadita: «¿Dónde está mi señora?». Respondió la mucama: «Salió hace una hora». Quiso saber don Chinguetas: «¿Iría de compras?». Replicó la muchacha: «Por la forma en que iba vestida creo que más bien iba de ventas». FIN

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